sexta-feira, 22 de janeiro de 2010

Testimonio de dos pilotos de combate
El 30 de agosto de 1996, 415 terroristas del bloque sur de las Farc arrasaron por sorprea la base militar de las Delicias. Al cabo de 17 horas de desigula combate, murieron 28 militares, 60 fueron secuestrados y 15 queadron heridos de gravedad. Este es el testimonio del coronel Iván González y le mayor Ricardo Torres, los pilotos del primer helicóptero militar que aterrizó en el lugar de los hechos.
Eran las cuatro y media de la tarde cuando despegamos del Batallón Joaquín Paris con rumbo a la población de Las Delicias en el departamento del Caquetá. Íbamos en el Helicóptero FAC 4122, Black Hawk de la Fuerza Aérea Colombiana. Yo era el copiloto de una tripulación de 4 personas, un piloto y dos técnicos de vuelo, que recibimos la orden de evacuar algunos soldados heridos.
Sobrevolamos durante dos horas y media 450 kilómetros de selva espesa, infinita y profunda. A la mitad del camino, nuestra cabina, que hasta este momento vivió un ambiente fraternal y tranquilo, se fue quedando en silencio y se llenó de inquietantes secretos. La noche empezó a caer trayendo consigo un paisaje siniestro, gris y oscuro, como preludio de acontecimientos fatídicos. Debajo, la selva cada vez era más espesa, más primitiva y más espeluznante.
-Ejercito, Ejército, de rotor...-, -Ejercito, Ejercito, Ejercito de rotor...-, a la espera de su respuesta, imaginaba aquellos hombres tratando de sintonizar el radio al escuchar el sonido de nuestro helicóptero,
-Ejército, Ejército, Ejército de rotor...-, llamamos repetidas veces. Solo recibíamos el sonido seco de la estática de nuestro radio como respuesta. El sistema de navegación marcó las coordenadas del pueblo justo debajo de nosotros, pero no logramos verlo, hicimos varios giros, hasta que este surgió bajo una bruma densa, “¡parece que es ahí!”, expresó el Capitán“, giré la cabeza y vi un caserío abandonado y destruido por la barbarie. Casas destruidas, cuerdas y postes formaban desordenadas telarañas y las pequeñas embarcaciones hundidas a la orilla del río.
Buscábamos a un soldado, un infante de marina, un campesino, una señal de humo, algo o alguien, pero nada apareció. Pensamos seguir hacia la base aérea de Tres Esquinas, ubicada en el Caquetá a unos a 70 kilómetros de distancia, pero no teníamos combustible suficiente para recorrer los 70 kilómetros.
Imperaba aterrizar en aquel pueblo fantasma donde de seguro los terroristas nos esperaban. Imaginé la emboscada preparada y nosotros listos para pelear evadiendo cilindros y repeliendo el fuego de las ametralladoras enemigas. Nuestra situación era crítica, en ese instante todas las posibilidades pasaron por la mente, desde la idea de arborizar lejos de allí hasta caer sobre algún cultivo de coca o entrar en combate frontal.
Todas las alternativas eran peligrosas, pero nuestro deber era aterrizar. Debíamos pelear contra el miedo y el enemigo para rescatar a nuestros héroes heridos.Descendimos a poca altura donde identificamos lo que parecieran ser personas acostadas en el suelo y algo que parecían bultos en movimiento. Pensé en una emboscada del enemigo, pero era raro que estos no se ocultaran. Lo que se movía eran animales caminando entre ellos. El piloto de la aeronave tomó las precauciones necesarias y ordenó a los técnicos de vuelo alistar las ametralladoras.
Ordenó máxima disposición de combate, ajustar los protectores y desasegurar el armamento. Los pilotos con las manos sobre los controles, los artilleros, con sus escudos blindados sosteniendo las armas y con el dedo en el disparador y todos, con los ojos puestos sobre lo que se moviera en el horizonte. Descendimos alertas y callados con la adrenalina calcinando el miedo, el sudor corriendo y los corazones palpitando aceleradamente.
Las ráfagas de los rotores apartaban los árboles y agitaban las ramas levantando nubes de polvo y hojas, en diabólicos remolinos. El peligro era latente pero seguíamos vivos, ni un disparo, ni explosiones de bombas, ni gritos, nada. En vuelo lento, casi a ras del suelo, el helicóptero se deslizaba, cual ángel de la noche explorando entre los escombros y las ruinas de una antigua civilización extinta. Con las lámparas alumbrábamos los rincones, las garitas destruidas y el puesto de mando incendiado.
Al bajar, la pegajosa humedad con penetrante y fétido olor entró por las puertas abiertas, donde estaban alertas los artilleros. Nos invadió la desolación y el espectro de la muerte con el vaho de los cadáveres que convertían el aire en nauseabundo gas irrespirable. En el espacio abierto para los deportes yacían los cuerpos (17) de las víctimas de un cruento final, incinerados (5) junto a las trincheras, 8 caídos dentro de las ruinas y 5 ahogados en la orilla del río.
El fuerte viento estremecía a aquellos heroicos patriotas inmolados pero no vencidos, inermes como piedras, cubiertos de harapos y equipo militar destruido. Algunos, con los ojos abiertos en sus pálidos rostros, mostraban su último gesto de dolor y valor. Veíamos como los cuerpos eran empujados por el inevitable viento de la maquina, al mismo tiempo que se empeñaban en detectar cualquier señal del enemigo.
De repente, notamos destellos de luz titilando bajo los escombros y ligeros movimientos. Detuvimos el vuelo de inmediato pensando en un ataque frontal. Los artilleros giraron las ametralladoras. Quietud, máxima alerta y tensión con los nervios a punto de reventar. Solo el rugir de la máquina, el golpeteo de las aspas del rotor pero ningún ruido de armas.
Como sombras surgiendo de tumbas, comenzaron a aproximarse siluetas que arrastraban los pies y levantaban los brazos con actitud de suplicantes zombis. Caminaban e imploraban ayuda. Cuando la fuerte luz del reflector del helicóptero los cubrió, vimos sus fantasmales figuras.
De repente, encontramos lo que habíamos venido a buscar desde el lejano Guaviare, de donde partimos ese día a muchas millas de distancia de jungla al oriente del país, sin saber lo que nos esperaba. Eran los sobrevivientes del exterminio de la Base Militar de Las Delicias, sobre el río Caquetá, así parecieran seres del otro mundo. Solo el brillo de sus ojos lo negaba, el resto era igual: lodo, sangre, sudor y lágrimas.
Aterrizamos casi a las siete de la noche entre las ruinas de la Base Militar de Las Delicias. Caminé hacia los sobrevivientes y me sorprendió un Teniente médico de la Armada acompañado de un enfermero y 22 heridos. Había llegado antes que nosotros subiendo por el río Caquetá desde la Base Naval destacada en la frontera con el Perú. Algunos, en estado grave, tenían no menos de 4 y 5 impactos de bala en distintas partes del cuerpo; otros intentaban caminar aunque no lo conseguían.
Debíamos abordar pronto, pues a lo mejor, el enemigo acechaba cerca. Unos acostados y otros sentados, pero al final no cabían todos en el helicóptero. Prioridad, los más graves Ningún soldado deseaba quedarse a la espera de otro vuelo y confundían al oficial con sus gritos de dolor, pero era inevitable así fuese doloroso. Dejamos los menos afectados para después.
Mi capitán había abastecido el helicóptero con los últimos 50 galones del combustible de la reserva. Arrancamos motores y despegamos mientras yo miraba por la ventanilla a los que se quedaban. En sus ojos se veía el temor y la angustia de soportar por más tiempo el dolor y el miedo de estar en el sitio. Volamos hacia la base de Tres Esquinas. Abordo había una fetidez nauseabunda que emanaba de las heridas descompuestas, la sangre y el sudor de los cuerpos que se mezclaba con el humo del combate.
Sentí habitar en el infierno: Calor, gritos, llantos y el abrazo negro de la noche en el infinito espacio selvático. Al instante perdimos de vista la diferencia entre el cielo y la tierra. Era el panorama de un mundo sin horizontes.
Treinta minutos después.
-“Torre de control Tres Esquinas, Tres Esquinas, Tres Esquinas; helicóptero FAC 4122… FAC 4122…
Siga FAC 4122, este es Tres Esquinas”, contestaron. Informé la hora de llegada y el número de heridos a bordo.
Encontramos el punto de aterrizaje en la oscuridad, señalizado con los precarios medios de iluminación disponible en esa Base Aérea enclavada en medio de la selva. Pronto, aparecieron las alarmantes luces de las ambulancias. Los lamentos de los heridos se mezclaron con las órdenes de los médicos y las enfermeras. Aquel no era el fin de ese dramático rescate. Faltaba trasladarlos a un centro médico con mejores servicios. Transcurrieron 20 minutos cuando, en la negra y profunda bóveda celeste, se escuchó el distintivo rugir de un avión Hércules. No entendíamos cómo podría aterrizar. Estaba sobre nosotros y traía la esperanza de salvación.
De repente, la brillante luz de una bengala abrió un gran hueco en lo alto e iluminó todo el campo. El avión apareció en el centro del resplandor, suspendido en el aire, cual musculoso y alado dios griego que acude a proteger a sus jóvenes guerreros. Su silueta giró contrastando con el oscuro fondo del espacio y se posó en tierra mostrando el brillo de sus hélices que reflejaban la intensa luz de la bengala.
Al tocar tierra, el avión celebró su llegada con el chillido de las ruedas que despedían el humo del caucho quemado por el pavimento y el tronar de sus motores puestos en la máxima potencia de los reversibles para contener la veloz mole salvadora. Todos nos unimos a la celebración, con gritos de espontáneo júbilo. Lo habían logrado y los heridos se salvarían, a la media noche llegarían al Hospital Militar de Bogotá. Exhaustos respiramos satisfechos por la misión cumplida en aquel fatídico día.
Coronel Luis Alberto Villamarín Pulido
Analista de Asuntos Estratégicos
www.luisvillamarin.com

quarta-feira, 20 de janeiro de 2010

Presidentes extraordinarios para tiempos de grandes crisis

Presidentes extraordinarios para tiempos de grandes crisis

*Jairo Álvarez Botero

Hace pocos días fui entrevistado por el periodista Jorge Ramos para su programa de Univisión Internacional AL PUNTO. Disfruté mucho la entrevista porque el Señor Ramos es honesto, franco y pregunta en forma firme, demandando la verdad con su aguda mirada. Como él no permite preparar el programa, sus preguntas son como “tiros en la frente”. Para finalizar el programa me preguntó la opinión sobre la repercusión en una posible reelección del Presidente de Colombia Álvaro Uribe Vélez, considerando que los presidentes Chávez, Ortega, Morales, Correa, Zelaya, etc. también buscaban su reelección.

Sólo se me ocurrió decirle que la situación con Colombia era completamente distinta puesto que mientras en los citados países su democracia retrocedía, se fugaban los capitales y se perdía la libertad, en Colombia pasaba todo lo contrario. Además le dije que estaba seguro que los planes del Presidente Álvaro Uribe eran muy distintos puesto que era un hombre patriota que quería y debería terminar la misión propuesta.

Por meses la pregunta del Señor Ramos me ha hecho meditar frecuentemente: ¿debí haber contestado diferente? Después de esta entrevista he estado haciendo el paralelo histórico entre nuestra Colombia y los Estados Unidos de Norte Americana, una de las democracias más antigua y adelantadas del planeta.

Estados Unidos lleva 234 años de existencia sin golpes de estado, sin dictadores, sin plebiscitos y con un mínimo de reformas constitucionales, pero las grandísimas dificultades y tropiezos no han faltado en ponerla al borde del fracaso que exigieron a la democracia esfuerzos y sacrificios. La más grande de todas ellas la famosa Gran Depresión Mundial presentada a fines de los años mil novecientos veintes que fueron acompañados a continuación por la brutal Segunda Guerra Mundial.

Esta situación fue una de las más críticas que puede afrontar una nación: Decenas de millones de desempleados, el peor desempleo de la historia con una cuarta parte de la fuerza laboral sin trabajo. La producción agropecuaria reducida en un 60% y la industrial en 50%. Dos millones de habitantes viviendo en la calle y el crimen fuera de control. De los 48 Estados de la Unión, 32 cerraron todos sus bancos, incluyendo el Banco de la Reserva Federal. Y para “decorar esta torta” el 7 de Diciembre de 1941 estalló la Segunda Guerra Mundial al venir el ataque de Japón a Pearl Harbor, dejando así el país al borde de la mayor hecatombe de su historia. No se pueden contar las obras históricas escritas sobre esta famosa crisis.

¿Y qué necesitó USA para salir de esa crisis? Simplemente un líder sin miedo, con capacidad de trabajo, con iniciativa y conocimiento de la problemática de la nación. Esa persona necesitaba experiencia, que hubiera sido alcalde, senador, gobernador, presidente. Debería ser preparada para momentos de crisis, estudiosa y que gobernara con mano dura y erradicara el crimen. Necesitaba persona carismática con don de gentes y de mando para imponer orden y especialmente requería un hombre que el interés por su país estuviera por encima de cualquier ambición política. En otras palabras se necesitó un verdadero y completo patriota.

Como era lógico, para sacar el país adelante esa persona no podía estar encargada del país solo por unos pocos años. Necesitaba un tiempo extraordinario para situación extraordinaria y así poder cumplir la misión y “arreglar la casa”. La oposición nacional a la reelección fue muchísima porque “se arriesgaba la democracia de casi 170 años si se reelegía varias veces al presidente”, pero la tenacidad y amor a la patria de FDR lo llevo no solo a triunfar en su cometido sinó a cumplir su misión y, aparte de ello, dejo el terreno abonado para el éxito futuro de la nación.

¿Y cual fue ese Presidente? Franklin Delano Roosevelt (FDR) – gobernó de 1933 a 1945 – Fue necesario elegirlo presidente cuatro veces. Lamentablemente sus condiciones de salud no le permitieron terminar su último periodo. No solo sacó a la nación adelante sino que la dejó con grandes cimientos de desarrollo social, económico y madurez política que hoy en día se están cosechando. ¿Y cómo triunfó? Empezó motivando y convenciendo al pueblo de tener fe en sí mismo. Luchó por la justicia social y por los menos afortunados, creó el salaria mínimo, institucionalizó el Seguro Social, luchó por la paz y la cooperación internacional diciendo: “Mientras lucho la guerra planeo la paz”.

Por lo tanto los colombianos debemos dejar a un lado los intereses personales y políticos y dedicarnos a velar por el bien y el futuro de nuestra patria. Debemos seguir los ejemplos que nos dejó FDR y la democracia más sólida del mundo. Debemos apoyar a nuestro Presidente Álvaro Uribe Vélez para que termine la alta misión que se ha propuesto y así llegaremos a ser una nación modelo de desarrollo social, económico y democrático no solo en América Latina, sino en el mundo entero. Colombia no está sacrificando su democracia con la reelección de un presidente patriota y capacitado, al contrario, la está fortaleciendo. No debemos tener miedo. Colombia es más grande y fuerte democráticamente de lo que pensamos. Llevamos más de medio siglo siendo modelo de solidez democrática.

Tuve el privilegio de vivir hace casi medio siglo el último intento de asesinar nuestra democracia y triunfamos y triunfaremos por muchos siglos venideros si no tenemos miedo. Colombia, a pesar de haber adelantado tanto en tan corto tiempo, aún le falta mucho para completar la misión que se ha propuesto nuestro Presidente. Sólo la historia dirá la verdad, pero estoy seguro que todos los colombianos de bien estamos dispuestos a apoyarlo. Sólo sé que se necesitan seres extraordinarios para momentos de crisis y Colombia tiene el suyo.

Si bien es cierto que el Libertador Simón Bolívar nos dio la independencia de España, el Presidente Álvaro Uribe nos ha devuelto la libertad perdida, luego, no sólo debemos conservarla, sino fortalecerla. Debemos aprender de las experiencias dejadas por el Presidente Roosevelt. Los 25 años que llevo fuera de mi patria y los muchos años de servicio militar que presté, me ha dado el privilegio de no tener conocimiento ni orientación política colombiana pero a la vez poder ver y sentir el progreso de Colombia desde tres mil quinientos kilómetros de distancia. La distancia nos permite ver las cosas distintas. Todos los colombianos debemos meditar las palabras del Presidente Roosevelt el día que tomó posesión del cargo duró doce años y doce días: “A la único que le debemos tener miedo es al miedo".

Escribo esto porque es tiempo de meditar sobre nuestra patria ya que nuestro presidente nos ha ratificado una vez más que para los colombianos “Nada es Imposible”.

*Jairo Álvarez Botero es un inmigrante y hombre de negocios colombiano que a los setenta años de edad es la prueba viviente de que el Sueño Americano no es un mito. Autor del libro “NADA ES IMPOSIBLE